Escuchaba atenta como mi corazón latía más de lo habitual, era como si ese sonido no me dejara escuchar nada más a mi alrededor, era como si ni siquiera pudiese escuchar a mi mente que intentaba decirme que entrara en razón.
Cuando la rabia se apoderó totalmente de mi, mis oidos quedaron sumergidos en aquellos latidos, aquellos latidos que rugian como si fuesen mil leones hambrientos buscando una presa fácil para saciar su hambre descontrolada. La sangre que corría por mis venas se volvió más intensa, el calor de ellas parecía asfixiante, ya no había nada que hacer, mis sentidos tomaban vida propia, sin que mi razón pudiese hacer algo para controlarlos.
Mi vista se nubló, sólo podía ver lo que estaba cerca, lo demas sólo era tinieblas, muchas veces recordé las noches eternas, donde las sombras de la calle se apoderaban de mi y sólo buscaba que amaneciera pronto para que esas sombras desaparecieran de mi dormitorio. No sentía nada más, sólo mi corazón latir como si estuviese intentando impulsarme con más fuerza hacía lo que haría sin razonamiento alguno.
La rabia, la ira, el descontrol, mi sangre y aquellos latidos, aquellos latidos eternos se apoderaron de mi. No había nada más en esa habitación, nada más que pudiese pedirme que parara, nada más que me dijera que entrara en razón, simplemente lo hice... lo hice. Aquella noche mi vida cambiaría para siempre, todo lo real, todo lo que creí verdadero se desvaneció en un segundo, movida por elementos tan básicos pero a la vez poderosos, como unos simples latidos.
Aquella noche, mi vida se desvaneció...
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